Especial Mission: Impossible | Woo y sus pajaritos

Especial Mission: Impossible | Woo y sus pajaritos

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Especial Mission: Impossible | Woo y sus pajaritos

Como comentaba ayer, el éxito comercial de 'Mission: Impossible' (id, Brian De Palma, 1996), era más que garante para que la Paramount viera el cielo abierto con una franquicia que comenzar a explotar a través de más aventuras del Ethan Hunt interpretado por un Tom Cruise dispuesto a dejarse la piel —literalmente en más de una ocasión, que de todos es sabido su inclinación a rodar sus escenas de riesgo— con cada nueva entrega de la saga. Una saga que los estudios querían poner en manos de un cineasta diferente con cada sucesiva encarnación y que aquí, en manos de John Woo, encontrará la que es su peor estación.

Ahora bien, cabría dejar bien claro desde éstas primeras líneas que la responsabilidad de que 'M.I.-2 (Misión imposible 2)' ('Mission: Impossible II', John Woo, 2000) sea un desastre con pocos o nulos valores a los que asirse, no recae de forma completa sobre los hombros del cineasta chino. Antes bien, si hubiera que apuntar a alguien sobre cuya labor recae aún más peso, ese sería Robert Towne, aquél que junto a David Koepp apañara el libreto de la primera entrega de la franquicia y que aquí, basándose en la historia imaginada por Ronald B.Moore y Brannon Braga, construye un desastre de desmesuradas proporciones.

Fiestas imaginarias y una hora insufrible

Mision Imposible 2 1

Sin lugar a dudas, lo que más cuesta soportar de 'M.I.-2' —mucho más que los, por momentos, molestos tics de Woo— es el hecho de que, con matices, la cinta no ofrezca nada al espectador que vaya buscando en ella algo similar a lo que encontró en su antecesora. Esto es, un filme que alterna la acción espectacular con un mínimo hilo argumental y un desarrollo de personajes casi anecdótico. Conservando y potenciando sobremanera las dos últimas cualidades, es en el ofrecimiento de la primera donde la segunda entrega de la franquicia falla estrepitosamente...al menos durante su primera mitad.

Una primera mitad cuyo único punto álgido es ver a Cruise escalando una de las muchas imposibles paredes del Cañón del Colorado —algo que pasa en los primeros minutos de metraje— y que, en términos de acción está tan desnuda como un recién nacido: enfrascada primero en desarrollar el insulso romance entre Ethan Hunt y el aún más insulso personaje de Thandie Newton y, después, en cómo los "buenos" intentan poner nervioso al "malo" —Inciso. Dougray Scott, uno de los peores villanos de la historia del cine. Fin del inciso—, si hay algo por lo que los españoles recordaremos siempre estos sesenta minutos es por la secuencia rodada en Sevilla.

Una secuencia que mezcla con alegre ignorancia la Semana Santa de la capital hispalense con las Fallas, inventándose una inexistente festividad en la que, al parecer, los sevillanos queman a los santos con algarabía y despreocupación por las calles de la ciudad que yace a orillas del Guadalquivir. Tamaña estupidez —¿tan difícil era documentarse?— no es sino la punta de un iceberg con el que el espectador choca una y otra vez de forma incesante a lo largo de un eterno primer acto que no lleva a ninguna parte.

'M.I.-2', a cámara lenta

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Toda vez el metraje consigue desprenderse del pesadísimo lastre que suponen unos diálogos de chiste, unas situaciones del tebeo y unas interpretaciones que mejor no calificar —y sí, aquí cabría meter también a un Cruise más pagado de si mismo que en ninguna otro título de la saga— es cuando la dirección de Woo, que hasta entonces se ha obstinado en meter con calzador escenas a cámara lenta sin ningún sentido de la proporción o, mucho menos, de la necesidad narrativa, comienza a traslucir todos aquellos defectos que sus detractores siempre le han achacado y que, obviamente, los que aprecian su forma de hacer cine consideran virtudes a valorar.

Unos valores —los dejaré en terreno neutro aunque me incline más hacia una posición poco amable para con ellos— que pasan por un limitado sentido de la lógica expositiva, un abuso indiscriminado de —¿lo adivináis?— imágenes ralentizadas y ese curioso y molesto sello del cineasta asiático de meter en algunos de los instantes más representativos de su cine, un buen puñado de palomas. Llevado aquí éste último al paroxismo con el ave de color blanco que precede a la triunfal aparición de Cruise en "modo (super)héroe indiscutible", huelga decir que lo anecdótico de la inclusión de las "ratas voladoras" no es más que un detalle sin relevancia que, en realidad, ni suma ni resta enteros al filme.

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Lo prolongado en exceso de un clímax que se hace aún más largo por mor de la incesante inclusión de la cámara lenta, parece querer compensar la práctica inexistencia de la acción en más de la mitad del metraje. Un hecho éste que parece no llegar a ser consciente de que, en el fondo, lo muy convencional de la personalidad de la cinta en términos de adrenalina, termina por jugar aún más en contra de la percepción del espectador de lo que ya lo había hecho todo el espectáculo previo.

Paradójicamente, al público —que no la crítica— de hace quince años le importó bien poco que la película fuera uno de las mayores decepciones que nos dejó el cambio de centuria, abrazando con mayor intensidad una propuesta que, financiada con 125 millones de dólares, dejó en las taquillas estadounidenses 215 millones de los billetes verdes —por no hablar de los 546 que la convirtieron en el filme más taquillero a nivel mundial del 2000— y en aquellos que habíamos disfrutado como enanos de la anterior entrega la duda de si, con la siguiente, 'Mission: Impossible' recuperaría el rumbo. Afortunadamente, así fue...y de qué manera.

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