'El secreto de sus ojos', sencillamente una obra maestra

'El secreto de sus ojos', sencillamente una obra maestra
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Empiezo a detestar la expresión Obra Maestra. Se usa con demasiada complacencia y, a menudo, con insuficiente modestia o quizá exceso de coraje. También debería ser empleada con algo más de conocimiento. El término alude a películas en las que la diferencia entre lo buscado y lo encontrado es inexistente. Y no sólo a eso, también a dramas que convocan una tensión psíquica y emocional extrema en el espectador, a la vez que extraen de él lo mejor y lo peor de su interior. Nada más y nada menos. Una de las películas de este año que merece tal calificativo es, a mi juicio, y sin ninguna duda, la cuarta realización de Juan José Campanella.

Decía el director que gana mucho más dinero con un solo episodio de la inigualable serie de televisión ‘House M.D.’, para la que ya ha dirigido tres episodios, que con cualquiera de sus películas. Puede que sea cierto. Pero aunque su gran tríptico televisivo es digno de elogio, en la memoria de los cinéfilos de todo el mundo va a quedarse, y para siempre, ‘El secreto de sus ojos’, un melodrama impredecible, conmocionador y apasionante, muy intrincado, pero resuelto con sencillez y precisión admirables. ¿La película del año?

Tuve la oportunidad de ver esta noble película hace pocos días, durante el último Festival Internacional de San Sebastián. Yo estaba allí, y puedo atestiguar que, justo antes de los títulos de crédito, ya comenzó una atronadora ovación que es, o eso se decía, una de las más inolvidables que ha conocido una película en ese certamen. Y he de reconocer que, dada la respuesta colectiva unánime ante ese visionado, tenía mis dudas de que fuera, en verdad, tan magnífica. Pero la he vuelto a ver y es cierto. No sólo es magnífica, además, es bellísima.

Campanella ya había conocido un éxito masivo con el estupendo melodrama ‘El hijo de la novia’, en la que ya mostraba sus armas como buen director de actores, competentísimo realizador y sensible y habilidoso guionista. Sus otras películas conocidas, ‘El mismo amor, la misma lluvia’ y ‘Luna de Avellaneda’ (entre una filmografía no muy extensa, no tuvieron una respuesta tan global, aunque eran tragicomedias bastante interesantes. En todas ellas el protagonista fue Ricardo Darín, quien de nuevo repite en esta última, y que está, a falta de otra palabra mejor, espectacular.

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Pero es que todos los actores, hasta el último del extenso reparto, están increíbles. Nunca vimos más guapa y fascinante a Soledad Villamil, y Guillermo Francella borda el precioso personaje sanchopancesco de Sandoval, tan importante en esta historia de perdedores cuyo pasado sentimental quedó unido para siempre con el profesional, y cuyas heridas nunca caducan sino que supuran fantasmas imposibles de redimir si no es con una investigación policial interminable y angustiosa.

De modo que se trenzan, de manera magistral, una historia romántica y una historia criminal, que se alimentan y se repudian mutuamente, y el director se mueve entre ambos tonos como pez en el agua, sin perder jamás el control de la historia, capaz de armar la atmósfera precisa a cada momento, y dando muestras de un nervio narrativo inusitado. Los que ya la hayan visto recordarán un plano secuencia (lógicamente trucado, pero no por ello menos meritorio), que tiene lugar en un estadio de fútbol, que será el decorado de una persecución memorable. Pero es la excepción, porque despliega una elegancia y una contención que no aspiran a impresionar al espectador, sino a conmoverle.

Hay secuencias truculentas, otras muy tensas. Pero en ninguna de ellas Campanella se entrega a lo morboso ni a lo efectista, sino que persigue solamente la verdad y la emoción más primaria, más noble. Este cineasta se convierte, de manera incontestable, en un maestro del melodrama y del cine negro, de la ironía y de la convocatoria más sincera a las lágrimas que dentro de una sala de cine nos liberan del propio pasado, de los propios fantasmas, pues nos coloca un espejo, hermoso y libre, en el que desahogarnos y sentirnos vivos de nuevo.

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