‘Los siete magníficos’, sobresaliente epítome de western añejo

‘Los siete magníficos’, sobresaliente epítome de western añejo

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‘Los siete magníficos’, sobresaliente epítome de western añejo

Vivimos en una década de remakes y, aunque no hace falta recordar que la versión de John Sturges era uno de ellos, sí es menester hacer hincapié en que la nueva película de Antoine Fuqua es mucho más una nueva versión de ‘Los siete samuráis’ (Shichinin no samurai, 1954) ambientada en el oeste americano. Dicho esto, toda comparación con la de 1960 debería de sobrar, entendiendo que el contexto creativo no es el mismo, ni los clásicos están para desbancarlos o reescribirlos, sino que, a veces, existen como variaciones alrededor de una misma idea.

La versión del director de ‘Training Day’ (2001) rescata el esqueleto del western clásico y aplica un consciente revisionismo, sin ironía, de muchos de los aspectos más parodiados, parodiables, del cine del oeste más ligero e infantilizado. Como en las películas de pistoleros con pañuelos rojos al cuello y sombreros blancos que dan vueltas a su revólver como malabaristas antes de enfundarlos, Fuqua no huye de la caricatura lúdica y da por hecho que sus mercenarios son prácticamente superhéroes.

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Que nadie busque pues, una visión realista, oscura o crepuscular del género, los protagonistas de ‘Los siete magníficos’ son figuras arquetípicas que ya hemos visto antes, se apoyan en las barras del bar con ademanes chulescos y sus figuras cabalgando se recortan en el horizonte del paisaje sureño como si de un coloreable de indios y vaqueros para niños se tratase. Pero su director no se queda en una estampa camp, y sobre esa base, tornea referentes menos idílicos sobre la estructura de toda la vida.

La magnífica fotografía, de gran contraste y colores profundos, hace resplandecer las caras sucias, siempre brillantes. Tanto que parece una estilización moderna del look del cine de Leone. Y no es baladí, puesto que, las menciones al italiano se suceden, tanto en los momentos de tensión y miradas, como en la subtrama de venganza que hace cita directa al Ármónica de 'Hasta que llegó su hora' (C'era una volta il West, 1968), e incluso a algunos de los primeros westerns de Clint Eastwood, director.

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Hay un cierto tono grave que no se esconde, pero nunca supera el propósito de crear un ingenuo entretenimiento juvenil, casi de bolsilibro, muy en la línea de la olvidada y reivindicable serie Wildside (1985), en la que un grupo de canallas con diferentes habilidades defendía el pueblo del título de villanos menos sanguinarios. Y es que, una de las mayores sorpresas de estos ‘Siete magníficos’ es que no hay remilgos con la violencia, y aunque sin llegar a ser sangrienta, sus tiroteos tienen más que ver con Sam Peckinpah que con Howard Hawks.

El guión de Nic Pizzolatto deja espacio para capas de incorrección inesperadas, no se suavizan algunas consideraciones raciales y de actitudes no amables del periodo que retrata, pero en donde realmente brilla su trabajo es en la sencilla caracterización de los personajes y cómo estos interactúan. Si que habría alguna descompensación en este apartado, especialmente en la atropellada presentación e integración en el grupo de algunos de ellos, un bache entendible, teniendo en cuenta los límites de duración.

Si hay algo que funciona en ‘Los siete magníficos', aparte de su ágil narración, es la colección de fantásticas interpretaciones de su elenco, en el que destacan el siempre efectivo Denzel Washington, haciendo de nuevo del mejor Denzel Washington, y Peter Sarsgaard, que compone un villano memorable y enfermizo. Aunque es Chris Pratt y su Faraday quien se lleva de calle la función, con su templada aportación al humor sosegado que convierte la última obra de Fuqua en el mejor blockbuster del difunto verano.

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