'¿Quién engañó a Roger Rabbit?', maravilloso homenaje al cine negro

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¿Tienes un conejo en tu bolsillo o es que te alegras de verme?

-Dolores

Hay películas que son mucho más de lo que aparentan a simple vista. Hay también supuestas obras de arte que lo son más por grandilocuencia que por verdadera poesía. Todo depende de quién mire.

Actualmente Robert Zemeckis es un director sin rumbo, que efectuó una pirueta similar a la de su mentor Steven Spielberg cuando intentó dejar atrás su más fecunda etapa para convertirse en eso que se suele llamar “director de prestigio”, quizá sin saber que lo que le dio verdadero prestigio fue la trilogía ‘Regreso al futuro’ y algunas películas de aquella época, en las que su alegría por filmar, su amor por el cine y su imaginación (apadrinado por Spielberg, por supuesto, pues el viejo zorro sabía que el pupilo tenía talento) eran arrolladoras.

Porque amor por el cine, grandioso e ilimitado, tiene esta joya titulada ‘¿Quién engañó a Roger Rabbit?’, precisamente lo que no tienen otras de las suyas, como la ultraconservadora, ridícula ‘Contact’, de la que hablamos hace unos meses, o la también ultraconservadora y superficial ‘Forrest Gump’. Zemeckis es un director de un ingenio desbordante, capaz de deleitarnos con aventuras muy por encima de la media. Y esto se percibe desde el mismo comienzo de esta maravilla.

Un guión modélico

En España no existe esa tradición, pero en Estados Unidos, algunas distribuidoras ofrecen, de cuando en cuando, un mini-episodio de ‘The Simpsons’ o alguna otra serie de animación como extra al visionado del largometraje por el que se ha pagado la entrada. Y eso es lo que parece la introducción de esta película, en la que Roger Rabbit, un cruce entre la torpeza extrema de Goofy y el estoicismo del pato Lucas, sufre lo indecible para ejercer de canguro del bebé Herman, una adorable criatura que, en busca de galletas, mete en serios apuros al conejo.

Pero nada es lo que parece. No es un sketch previo al pase, sino un breve episodio a la manera de las series de animación de los años 40 (eso sí, hiperbolizada, como mandan los tiempos). Pero no es una animación, sino imagen real, pues los dibus son actores filmados a cámara. Y el bebé Herman no es adorable, sino un viejo verde. Nada es lo que parece. Descubrimos la pequeñez del set, que parecía enorme viendo la secuencia (uno de los cientos de falseos de la película), y el director de la misma (encarnado por el famoso productor Joel Silver), la corta porque, a pesar de la perfección técnica de la misma, no le parece adecuado cambiar el guión cuando a Roger le salen pajaritos de la cabeza en vez de estrellitas.

De modo que no estamos en una muestra de “cine dentro del cine”, sino en un “cine dentro de un cine que homenajea y reinterpreta a dicho cine”, por llamarlo de alguna manera. Eddie Valiant (fenomenal Bob Hoskins, un actorazo de los pocos que hay), un detective en horas bajas que en lugar de pistola lleva una petaca en su funda, es contratado por el magnate de los estudios de animación para un trabajo sucio (sacarle unas fotos a la mujer del conejo, para animarle la vista…) y absurdo, pero él, desesperado, lo acepta, sin saber dónde se mete.

Basada muy libremente en la novela de Gary K. Wolf, la historia acoge todos los lugares comunes del cine negro clásico de los años treinta, cuarenta y primeros cincuenta, para deconstruirlos y reírse de ellos, pero al mismo tiempo les rinde pleitesía y efectúa la pirueta con cariño y pasión extremos. Así, en la larga secuencia del tugurio llamado ‘La tinta y la pintura’ el gorila es un gorila de animación, al igual que el barman es un pulpo con docenas de brazos, los camareros son pingüinos, y la mujer de Roger Rabbit no es una coneja, sino una hembra impresionante mezcla de Lauren Bacall, Greta Garbo y todas las femmes fatale del género que imaginar quepan, y como tal va a ejercer en esta trama.

Insuperable mixtura de géneros

Quizá el ejemplo perfecto de esa mixtura (sumada al referido amor por el cine) sea la “traición” de Jessica Rabbit a Roger Rabbit, las “palmitas” que lleva a cabo con Marvin Acme… que en efecto ¡son palmas, palmitas! Eso sí, Roger se siente igualmente dolido. Así se mezcla de manera genial la turbiedad del cine negro con el cachondeo desatado de la comedia animada. Pero hay muchos más ejemplos en un conjunto narrado de manera inspiradísima por un Zemeckis en estado de gracia, que imprime (nunca mejor dicho) una nostalgia sincera a la película.

Fenomenal es el plano en el que la cámara se pasea por las pertenencias polvorientas del hermano fallecido de Eddie, que termina precisamente en el propio Eddie a la mañana siguiente, durmiendo la mona. Como fenomenales son todas sus decisiones de puesta en escena, empezando por los actores, pues Hoskins es la antítesis del clásico detective del género, aunque nos lo creemos sin ningún problema. La habilidad de Zemeckis es tal que puede mezclarle en la misma escena con el tenebroso juez Doom (otra caricaturesca y sublime creación del sinpar Christopher Lloyd), un personaje salido de cómic, y que ambos estilos no se anulen el uno al otro, sino que se enriquezcan.

Es decir, lo que quizás en manos de otro cineasta hubiera resultado un collage amorfo, en las de este artista del entretenimiento se convierte en un divertimento insuperable, desprejuiciado y referencial.

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Post Data Inevitable: No es una película infantil

Con cada nuevo visionado, me sorprende la violencia de una película que algunos tomaron en su tiempo, equivocadamente, como una muestra de cine para niños, como si hubieran tomado el modelo de cine de detectives y le hubieran rebajado la edad por el mero hecho de incluir dibujos animados (por cierto, en este aspecto, técnicamente no ha sido superada todavía), cuando en verdad se trata de un relato en ocasiones muy oscuro, que provoca la risa pero que también tiene momentos e ideas turbadores.

Turbador es el “baño”, caldo creado por el juez Doom que derrite a los dibus y que parece ser la única forma de matarles (aunque luego iremos viendo unas cuantas maneras más de hacerlo). Inquietantes son los agentes del juez, que no podían ser representados sino como hienas comadrejas (estas pueden morir de un ataque de risa). Dibulywood (en realidad ToonTown) es una especie de Barrio Chino, en el que la ley apenas puede controlar el crimen. El duelo de piano entre el pato Lucas y el pato Donald (la Warner contra la Disney) concluye con este último empleando un cañón, y con los cuernos del diablo, para dejar fuera de combate a su oponente.

Finalmente el juez Doom es el psicópata responsable de la muerte del hermano de Eddie, y su caracterización pone los pelos de punta: una suerte de mutante de dibujos capaz de cualquier crueldad, incluida la destrucción total de ToonTown o del asesinato del mítico Marvin Acme, tirándole una caja fuerte a la cabeza. De hecho, más que enturbiar la comedia de dibujos, parece que la comedia aligera un poco un relato tan sórdido como cualquier otro clásico importante de la gran estirpe del film noir.

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