‘Un monstruo viene a verme’, catarsis por inducción

‘Un monstruo viene a verme’, catarsis por inducción

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‘Un monstruo viene a verme’, catarsis por inducción

La carrera cinematográfica de Juan Antonio Bayona demuestra dos cosas, por una parte, muestra interés por reflejar con intensidad melodramática los sentimientos nacidos de situaciones duras, algo que suele acercar al espectador a lugares fuera de su zona de confort. Por otra, tiene una capacidad para envolver dicha intensidad en imágenes sobrecogedoras, plásticamente perfectas, sustentadas con un uso pomposo de las bandas sonoras.

En su nueva película, 'Un monstruo viene a verme', el director ha optado por una historia que le permite desnudar sus dos facetas, recorriendo el camino reciente marcado por ‘El laberinto del Fauno’ (2006), en la que la infancia se confrontaba con las dificultades y horrores del mundo real a través de una ginkana fantástica con los cuentos de hadas como hilo conductor. Un tipo de cine de iniciación para nada ajeno a nuestra filmografía, pionera en delirios carrollianos como metáfora de infancias difíciles con ‘El espíritu de la colmena’ (1973).

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Bella composición de color otoñal

Sin embargo, la historia de Patrick Ness se deshace del retrato de épocas e implicaciones políticas y dirige su simbolismo hacia el drama puro y los monstruos a una representación junguiana de dramas cotidianos. Conor, el protagonista, es capaz de crear con sus dibujos a una presencia, nacida de su subcosciente como vía de escape para superar el día a día de la enfermedad de su madre. Un conflicto más parecido al de la película ‘Paperhouse’ (1988), en la que también una niña creaba un mundo imaginario a través de sus dibujos.

Hay una paleta de colores preciosa durante toda la película, que llega a extremos de belleza irreales cuando entra en los mundos de animación en los que el monstruo explica sus cuentos de hadas que lo mejor del conjunto, gracias a su original animación. Estas pequeñas piezas de arte quedan algo emborronadas por lo irrelevante de las historias y su forzada relación con los conflictos de un niño que ve como su mundo se está desmoronando. Cuando este se enfada con el árbol por lo inútil de esas historias, lleva bastante más razón de lo que cree.

El Monstruo

Y es que el mayor problema que tiene ‘Un monstruo viene a verme’ es su falta de sutilidad. El ent gigante se esfuerza en explicar con voz cálida y solemne, recitando líneas de guión que tratan de retorcer sus parábolas hasta que parezcan brillantes reflejos de la verdadera naturaleza del ser humano, cuando en realidad son un eco redundante sobre las mismas ideas. Y esa reiteración no se limita a los momentos fantásticos: en casi todas las escenas hay alguien que se encarga de recitar y dejar bien claro de qué trata esa escena.

Catarsis demasiado artificial

Las cosas que va aprendiendo Conor nos van quedando tan claras, que lo único que falta son rótulos indicándonos que hacia el final, el pequeño va a aprender la lección de su vida. A ver, que todo el mundo sabe que su madre la va a palmar. Todo, desde el principio, parece estar cuidadosamente planificado para ese gran momento. Cuando por fin, tras mucha fatiga, llega el gran clímax, hay una revelación inesperada, compleja y tan ajena al manejo anterior del conflicto que resulta una catarsis demasiado artificial.

Una vez exorcizados de sentimientos escondidos, se nos coloca de frente, atados y con los ojos como Alex DeLarge recibiendo el tratamiento Ludovico, ante lo que parece el verdadero objetivo de la función: un desesperado baño de drama de la mano de un personaje que camina hacia la aceptación de la autoconciencia, de nuestra obsolescencia y su inevitabilidad. Un argumento tan aplastante como la propia muerte con el que es difícil no sentirse tocado por dentro, pero claro, que se lo cuenten a quien ya haya pasado por eso.

Monstruo Viene Critica1

¿Tiene sentido esa muestra de lo puta que puede ser la vida para algunos? Puede ayudar a superar algo, quizá quien lo haya vivido no encuentre demasiado consuelo, sino que verá una manipulación calculada, un uso del sufrimiento como moneda de cambio con la que se elabora una pornográfica coreografía del dolor. El hecho en sí no le resta nobleza al intento de Bayona por recrear de una manera efectiva un momento íntimo de personajes de ficción, pero sobre los que se reflejan, seguro, muchas personas que conocemos.

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