Walter Hill: 'El gran despilfarro'

Walter Hill: 'El gran despilfarro'
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La maravillosa fábula de rock and roll que había dirigido Walter Hill en 1984, 'Calles de fuego' ('Streets of Fire') había sido un gran fracaso —totalmente injusto a mi parecer—, por lo que el director de 'Límite: 48 horas' ('48 hrs.', 1982) tuvo que aceptar una comedia, que además de convertirse en un éxito, supondría uno de sus peores trabajos tras las cámaras. 'El gran despilfarro' fue el lamantable título que tuvo en nuestro país 'Brewster´s Millions', una adaptación de la novela de George Barr McCutcheon, y los guionistas Herschel Weingrod y Timothy Harris, que habían triunfado dos años antes en todo el mundo con la correcta comedia de John Landis 'Entre pillos anda el juego' ('Trading Places') —reuniendo a los muy de moda Eddie Murphy, lanzado al estrellato por Hill, y Dan Aykroyd—, escribieron una historia al servicio total y absoluto de otro de los cómicos del momento, el temible Richard Pryor, maestro del histrionismo y la gesticulación.

La película es nada menos que la séptima adaptación de la novela, ergo podría considerarse el séptimo remake de un film mudo codirigido por nada menos que Cecil B. DeMille en 1914, tras el cual se realizaron varias versiones, algunas de mayor interés que otras debido sin duda a quién se encontraba tras las cámaras. Realizadores como Allan Dwan —uno de los realizadores con más películas en su haber, sino el que más— o Sidney J. Furie —el director que sí unsultó a Supermán, y no Bryan Singer— ya habían contado esta historia. Y llegó Hill a hacerlo adaptándola a los nuevos tiempos con una comedia insulsa, que parte de un punto brillante pero se va desinflando a medida que avanza. No obstante, y a pesar de la pobreza del film, indigno de su director, la loca idea de su argumento es más actual ahora que en su momento. Un toque de anarquía de toques caprianos que le da la vuelta al héroe típico del cine de Hill.

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(From here to the end, Spoilers) Richard Pryor da vida a Montgomery Bewster, un jugador de beisbol de un equipo de ligas menores de Chicago en el que lleva jugando casi toda su vida. Tras un percance en un bar por el que le meten en la cárcel junto a su amigo de siempre, Spike —John Candy, también muy de moda en aquellos años—, es liberado por un importante bufete de abogados que le dará una muy inesperada noticia. Brewster tenía un tío abuelo que le deja en herencia 300 millones de dólares que podrá cobrar con una condición: tiene un mes para gastar 30 millones de dólares sin que al final de esos treinta días posea alguna propiedad material. Tampoco puede decirle a nadie porqué está derrochando tanto dinero. Evidentemente Brewster se volverá loco. De la pobreza a la riqueza en un día, y para ser más rico ha de comportarse como un derrochador que parece no tener aprecio por el dinero.

Por supuesto la película conecta con el espectador a través de su premisa. ¿A quién no le gustaría hacer la prueba a la que someten a nuestro sufrido protagonista? Cualquiera en su sano juicio estaría dipuesto a gastarse tal cantidad de dinero en un mes, con las correspondientes condiciones —las que realmente hacen interesante el juego—, para cobrar una cantidad diez veces más grande. Y el film se sustenta sobre dicha premisa duarante un rato, hasta que la idea ya se estira demasiado, no se aprovecha en todas sus posibilidades y termina siendo una comedia al servicio de sus actores principales, Pryor y Candy. Hill logra que el espectador sonría con esa locura de proposición, e incluso sirve una buena secuencia cómica, aquella en la que el difunto tío abuelo le habla a su nieto a través de una grabación de vídeo, manteniendo una conversación como si estuvieran frente a frente. El entrañable Hume Cronyn —que ese año triunfaría con otro tropel de actores veteranos en 'Cocoon' (id, Ron Howard, 1985)— protagoniza el que probablemente sea el mejor instante del film.

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Todos los personajes del cine de Hill, o la mayoría de ellos, son héroes en contra del sistema, rebeldes que suelen estar por encima del bien y del mal, abocados a un destino fatal o simplemente a vivir al margen fuera de todo rango social. Brewster le da la vuelta al modelo y logra convertirse en un héroe que revienta el sistema desde dentro, aunque más bien termina adaptándose tal y como la va mostrando su comportamiento, y sobre todo ese final conservador —donde casi está metido a calzador el momento en el que Angela Drake (Lonette McKee), la contable de Brewster, ve cómo su prometido incluido intentan engañar a aquel— en el que se puede entrever que Brewster ya no será lo que ha sido el último mes con respecto a su dinero. Esas secuencias de enfrentamiento con los Yanquees de New York, o lo que hace por las obras benéficas dejan al descubierto que Brewster posee algo en su interior más allá de sus excentridades, como esa loca campaña política, que arremete en el subtexto contra lo fácil que es manejar a las multitudes.

Hill no puede hacer demasiado con un material al total servicio de Pryor, pero por lo menos se reúne con parte de su equipo habitual, como Ry Cooder en la banda sonora, o Freeman A. Davies en el montaje, y la fotografía de Ric Waite recuerda a la de la aventura de Murphy y Nick Nolte; todo evitan el desastre total, puesto que la mano del director apenas se vislumbra, de hecho no parece dirigida por Hill. Supongo que este se limitó a cerrar la boca cumpliendo con sus lábores sin más. El box office le devolvió el favor con una muy buena recaudación, poniendo a su autor de nuevo en una posición de lujo. Su decisión fue volver sobre el mundo de la música, esta vez el blues, y con otro actor muy de moda.

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