La emoción de la aventura

La emoción de la aventura
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Muertos en vida, arropados por la sociedad del bienestar (que emplea el cuento de la crisis como si esgrimiera el mito del hombre del saco, para que nos sujetemos con más fuerza a las sábanas confortables pero traicioneras del capitalismo), anquilosados en nuestro interior y amenazados de parálisis en el exterior, el viejo rito de la aventura como catalizador de la indomable voluntad del hombre para alcanzar la libertad como condición vital indispensable parece más necesario que nunca, pero nunca se han producido historias de aventuras (las que así se llaman) más pobres y falsas que las de este tiempo, y nunca los espectadores han sido tan poco proclives a dejarse caer en sus vivificadoras, transgresoras, libérrimas redes.

Si rastreamos, no sin escepticismo, los valores máximos en los que muchos espectadores se sostienen para considerar una película como importante, uno de ellos es el absolutamente falsario de la originalidad, que ignora que nada es original salvo la mirada de un artista, el cual maneja cuestiones, conceptos o ideas que, necesariamente, ya han sido tratados con anterioridad. Y muchos otros se basan en cuestiones tan resbaladizas como las del contenido de su historia, lo que a mi modo de ver es una degradación extrema de las posibilidades del cine como vehículo de la verdad. Lo más importante en arte nunca será el qué, sino el cómo y el por qué.

Decía el gran Robert Bresson, uno de los escasos directores que comprendieron las posibilidades reales del cine:

“Todo el mundo busca contenidos en una película, cuando lo único que importan son las formas y el misterio que esas formas encierran”

Pero el espectador, que usa el cine como una botella de Coca-Cola aún en los casos en los que intenta buscar en él cuestiones con las que nada tiene que ver, como el conocimiento o el mejorar a la raza humana (como si una historia pudiera hacernos mejores de lo que somos…), parece cada vez menos predispuesto a entrar en el misterio de las imágenes, muchas veces a cargo de los más grandes cineastas que, no por casualidad, son los más sencillos y precisamente por eso los más atacados, tanto por los que confunden complejidad con complicación como por aquellos incapaces de emocionarse en una película. Porque de emoción hablamos, de la emoción como la más noble de las sensaciones que puede experimentar el artista y el espectador.

Decía Andrei Tarkovski, al que dedicaremos un especial en un futuro, después de terminar otras obligaciones:

“Cualquier creación tiende a la sencillez, a una expresión sencilla en grado extremo. El tender hacia la sencillez supone un tender a la profundidad de la vida reproducida. Pero encontrar el camino más breve entre lo que se quiere decir o expresar y lo realmente reproducido en la imagen finita es un de las tareas más costosas en el proceso de creación. La tendencia hacia la sencillez supone una atormentada búsqueda de la forma de expresión adecuada para esa verdad que ha conocido el artista.”

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Tanto Tarkovski como Bresson representan dos iconos del cine de autor (el único que verdaderamente soportará el zarpazo del tiempo), los cuales, sin embargo, filmaron el cine de aventuras más exquisito que un paladar exigente pueda degustar. Y seguramente sin pretenderlo. No en vano Tarkovski renegaba de la aventura como género y del cine de evasión como opio para el pueblo, pero ‘Stalker’ (una de cuyas perturbadoras imágenes vemos sobre estas líneas), que cuenta el viaje de un perdedor (el guía), un escritor y un científico hacia la inquietante Zona, es una road movie, casi un western, y ‘Un condenado a muerte se ha escapado’, la obra de arte de Bresson, es la aventura carcelaria y la búsqueda de libertad más emocionante que se ha narrado en una aventura cinematográfica.

Porque, hablémoslo claro ya de una vez, el más importante, el más hondo y profundo cine de ficción que existe es aquel que narra una aventura hasta sus últimas consecuencias, y que nos electriza con la honda verdad de los personajes de carne y hueso (aunque están prisioneros en las falsas dos dimensiones de una pantalla) que la viven. ¿Acaso no ordena el director al comenzar a rodar, y esto no es casualidad, la palabra ‘acción’? ¿Acaso la palabra drama (ese calificativo tan prestigioso en el que se escudan ciertos analistas para desdeñar la acción) no proviene del griego dram, que significa acción? Acción, que en su primera acepción significa “ejercicio de la posibilidad de hacer”. Es decir, potencia para existir, elegir y cambiar las cosas. Es decir, libertad. Es decir, aventura.

El estúpido descrédito en que ha caído la acción

Pero, una y otra vez, se comentan películas como buenos ejemplos de cine de aventuras, que sin embargo, por ser cine de aventuras, es relegado a un escalafón menor, echando al leproso de la fiesta y anteponiendo películas “con contenido”, o “con mensaje”, o con mayor “profundidad”. ¿Qué puede ser más importante decirle a un moribundo en su lecho de muerte, qué le dará mayor esperanza? Y en cuanto a contenido, ¿qué mayor verdad o conmoción existe que la de la aventura de escapar de la muerte?

Por supuesto, no hablamos de ese cine de acción elaborado para saciar la vaguería del espectador adolescente, pero quizá sí de aquella acción que hermana al niño con el anciano. No, por cierto, la de los tiroteos de los superhéroes voladores, o la de los caracteres de cartón-piedra, sino la del hombre corriente enfrentado a situaciones que le superan y ponen patas arriba su existencia, el hombre enfrentado a la cólera de Dios, y poniendo en juego su mortalidad y su juicio en una prueba cuyo desenlace importa menos que el camino que se elige para llevarla a cabo.

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¿Puede haber aventura mayor que la que vive, por ejemplo, el personaje de Mel Gibson en la película de Shyamalan ‘Signs’? En esta obra maestra del cine contemporáneo el hombre, como el artista cada vez que crea, se enfrenta a Dios, y conversa con él de tú a tú. Es una formidable película de aventuras, pero en tono de tragedia íntima, que no enmascara la trepidación violenta (moral, psicológica) que experimenta un personaje que ha perdido la fe y va a recuperarla. Porque todas las grandes películas de la historia del cine son cine de aventuras en grado superlativo.

¿O no son supremas historias de aventuras ‘Lawrence de Arabia’, ‘Doctor Zhivago’, ‘El puente sobre el río Kwai’, de David Lean; ‘Nosferatu’, ‘Amanecer’, ‘Fausto’, de Murnau; ‘Centauros del desierto’, ‘Las uvas de la ira’, ‘El joven Lincoln’, ‘Fort Apache’, ‘La diligencia’, ‘El hombre tranquilo’, ‘El hombre que mató a Liberty Valance’, de Ford; ‘El manantial de la doncella’, ‘Fresas salvajes’, ‘El séptimo sello’, de Bergman; ‘Alphaville’, ‘Pierrot le fou’, de Godard; ‘Madame de…’, ‘Carta de una desconocida’, de Ophüls; ‘Río Bravo’, ‘El Dorado’, de Hawks; ‘Con la muerte en los talones’, ‘Encadenados’, ‘Vertigo’, ‘Psicosis’, de Hithcock; ‘La infancia de Iván’, ‘Andrei Rublev’, ‘Stalker’, ‘Sacrificio’, de Tarkovski; ‘Un condenado a muerte se ha escapado’, ‘Diario de un cura de campaña’, ‘Pickpocket’, ‘Mouchette’, de Bresson; ‘El chico’, ‘Luces de ciudad’, ‘Candilejas’, de Charles Chaplin?

Por supuesto que no pertenecen al género, violado y humillado tantas veces, de la aventura. Ford, Chaplin, Ophüls y compañía son su propio género en sí mismos. Pero estos títulos son aventura, muchas veces sin proponérselo, pero son la aventura del hombre contra la muerte, que es lo más hermoso que puede contar una película. Pero, hoy en día la acción, el cine, la aventura, no son más que coartadas para que muchos pueblen páginas con su incomprensión.

El mismo fin de semana, y esto es sintomático, se estrenaron ‘Avatar’ y ‘Donde viven los monstruos’, y muchos vieron la primera y muy pocos la segunda, pero muchos alabaron la segunda y muy pocos la primera. Yo ya he visto dos veces la noble película de James Cameron (al que muchos saben que admiro a pesar de filmar estupideces de tan escaso buen gusto como ‘True Lies’) y nunca más veré la de Spike Jonze, pero muchos preferirán la del segundo porque está llena de contenido, de mensajes, y de intenciones de autor, a pesar de que fracasa en casi todo, mientras que jamás tendrá el dominio del ritmo, la vida, la verdad y la aventura primordial (que muchos, queriendo atacarla, llaman infantil, cuando eso en realidad puede ser una virtud) del primero.

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