Esta película que adaptaba una novela de L. Ron Hubbard, el fundador de la Cienciología, se convirtió en cosa polémica por eso mismo, por las supersticiones del autor del libro y por una cosa muy de Hollywood, que es hacer de los vicios más o menos vulgares una aristocracia de lo excéntrico.
El caso es que el argumento sigue las andanzas de un joven sano (Barry Pepper) en un mundo de alienígenas dominantes, cuyos maléficos planes pretenden terminar del todo con la tierra y con su posible supervivencia. Argumento trillado, con la ventaja (o no) de contar con John Travolta frente al desaguisado en uno de los actos de darlo todo menos irónicos jamás visto y le acompaña Forrest Whitaker, que lo mismo es un saxofonista que un alienígena loco: está al pie del cañón.
Los problemas principales de esta película son su nula falta de ritmo, no tienen tanto que ver con el misticismo religioso, común siempre a los cuentos de hadas de entorno espacial, o con hechos más o menos relacionados con su punto de partida. La falta de desmadre, la casi ausencia de ritmo o de entereza a la hora de presentar a sus arquetípicos protagonistas le juegan una mala pasada.
¿Y qué decir de las batallas? ¿O del montaje? La sensación es que esta película fue una indigestión antes que una gesta, y eso es lo peor que le puede pasar a una película de ciencia ficción con estas características. Que el desaguisado lo dirigiera un tal Roger Christian, que tiene la ventaja de convertirse en director de culto de los esotéricos con títulos como 'Nostradamus' (id, 1994) en su rara filmografía.
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